Botellódromo
Ya lo tenemos. Esta noche pueden mandar a sus hijos al recinto colombino a tomar copas porque todo parece haberse solucionado de la forma políticamente más adecuada, intentando dejar tranquilos a los vecinos de las distintas zonas afectadas por los botellones. Ahora ya podemos zambullirnos en una campaña electoral sin protestas vecinales de esas que tanto molestan a unos y benefician a los rivales. Puede, incluso, que la carpa sea de las mejores del mercado, que la iluminación emule la maravillosa luz de nuestra costa o incluso que tenga servicios como los de nuestras entrañables fiestas colombinas. Ya tenemos botellódromo estimados conciudadanos. Justo a tiempo.
Ahora queda la otra parte de la historia: que los jóvenes quieran entrar en un recinto tan primorosamente decorado para la ocasión; y que decidan dejar los coches y utilizar los autobuses preparados al efecto, cargados con sus bebidas; pero la juventud de todas las épocas se ha caracterizado por su rebeldía, y mucho me temo que la iniciativa no cuaje. De todas formas, el problema del consumo de alcohol tiene más que ver con quién provee y permite los abusos que con el lugar donde se beba. Pero eso parece que importa menos.

Dos Orillas

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