Un sobrino incómodo
Tenía algunos ahorrillos, y le dijeron que invirtiera en ladrillo. Compró un adosado en una urbanización nueva. Cuando le entregaron la llave lo puso en venta, y le sacó 10 millones limpios. Le gustó el negocio: volvió a invertir y volvió a vender. Su mujer desaprobaba esos chanchullos, a fin de cuentas no necesitaban el dinero para nada. Pero él siguió con su pequeño negocio inmobiliario. Eso sí: en las tertulias del bar y con los amigos rajaba como el primero contra la especulación, pedía cárcel para los chorizos de Marbella y se quejaba de los precios de la vivienda. Ocurrió que en uno de esos encuentros familiares salió el tema, y él se puso estupendo, más concienciado que nadie, arremetiendo contra “este sistema que conculca derechos constitucionales” y todo eso. Era un seguidor asiduo de tertulias radiofónicas y se le daba bien: entre risas sus familiares lo aplaudieron apasionadamente. Aunque su mujer sonreía socarrona al final de la mesa. Cuando se despedían su sobrino se le acercó y le contó que él mismo andaba buscando piso, y lo carísimo que estaba todo, y las desorbitadas hipotecas. Y que había unas concentraciones contra la especulación, y una página web, y una red estatal, y más cosas. Su sobrino le abrazó y le dijo que le llamaría cuando se convocara la próxima movilización. Y él le prometió que iría, por supuesto, hay que salir a la calle, faltaría más. Cuando por fin se marcharon fue al servicio, y vomitó: tal vez fue el alcohol consumido. O tal vez fue tanta hipocresía que le sentó mal.

Gonzalo Revilla

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